En medio de la calma en que vivía la ciudad de Loja en aquella época en
que aún no se conocía la luz eléctrica y las pocas callejas quedaban
sumidas en la obscuridad a las siete de la noche, comenzó a suscitares
un hecho que aterrorizó a la escasa y recatada población de ese
entonces.
Tan pronto en la iglesia mayor sonaban las doce campanadas que marcaban
el filo de la media noche despertando a brujas y fantasmas, sobre el
empedrado de la calle Bernardo Val divieso (1) se escuchaba el ruido
producido por los cascos de un caballo que salía a todo galope desde un
recodo de la Miguel Riofrío y luego se perdía por las calles periféricas
de la ciudad que entonces eran apenas estrechos callejones.
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